Egipto. Don del Nilo.
La importancia del Nilo para su existencia representa también una verdad demasiado cegadora, para que haya que demostrarla. Toda la vida humana, animal y vegetal depende a la vez del agua y del limo que aporta la crecida fluvial. La Unidad del Alto y del Bajo Egipto fue necesaria para vigilar la crecida, organizar y extender la inundación bienhechora. Los egipcios atribuían a Menes, primer soberano de la primera dinastía, la realización de la monarquía unitaria. La Capital fue Menfis, razón por la cual las primeras dinastías se denominaron Menfitas. Durante los imperios Medio y Nuevo la capital será Tebas, y sus dinastías se denominarán Tebanas.
Desde el principio el rey es dios, como expresión literal de una creencia que constituye una de las peculiaridades esenciales de Egipto. Al comienzo era hijo de Amón Ra y luego directamente de Ra. Dios durante toda su vida, continúa siéndolo durante su muerte. “El rey es un dios cuyas acciones hacen vivir”. De hecho, es gracias a su potencia divina que las cosechas son abundantes, porque el dios Nilo, fuente de toda prosperidad, le respeta. Normalmente el hijo mayor sucedía al padre. En momentos de usurpación –que fueron frecuentes- se hace referencia siempre a la voluntad y a la elección de los dioses, lo cual era postulado por la teoría de la filiación divina. También se produjeron intervenciones de oráculos, cuya imparcialidad parece bastante sospechosa.
Funciones del Rey.
Entre sus obligaciones las religiosas ocupan el primer lugar. Es el sacerdote por excelencia, que nombra a otros que en realidad son sus asistentes o suplentes en el culto que debe rendirse todos los días y en todos los lugares.
Otro deber del faraón es, naturalmente, la defensa de Egipto. Respaldado por la situación geográfica del país, la psicología colectiva del antiguo Egipto no refleja menor temor por su seguridad. El faraón organizaba la vigilancia de los desiertos y la policía de sus rutas, hacia los puertos del Mar Rojo, o las regiones de la Nubia y el Sinaí. No hay un gran ejército egipcio. Fuera de las campañas, la administración del ejército parece descuidada, ya que no se recluta ni se entrena a los soldados. Sus dificultades militares son solucionadas a menudo enrolando mercenarios extranjeros, de origen libio, nubio, asiáticos y de otras procedencias incluso griegos. Frecuentemente esto acarreará malas consecuencias, pues el uso de los mercenarios puede conducir a usurpaciones, al menos por parte de los jefes. Ejemplo de ello son las dinastías Libia y nubia que dominaron el país.
Por último el faraón tiene la obligación de asegurar al país una buena administración y estricta justicia. El rey es jefe supremo y el derecho de petición directa está incluso reconocido a los más humildes, encontrándose por ello en condiciones de vigilar a sus funcionarios y de reprimir sus abusos.
Gobierno y administración.
La administración constituía un antecedente fundamental de la civilización egipcia: su relajamiento, su debilidad acarrean al punto la miseria como corolario de la anarquía. Por otro lado el rey era dueño de la tierra de Egipto como de todo lo que vivía sobre ella. “Todo depende del rey y solo del rey”. Es él la sede de la administración central a la cual debe llegar todo.
Tiene ministros que son “su boca, su lengua, sus ojos y sus orejas”. El Visir es el hombre de confianza, una especie de primer ministro al que el rey se limita a dar sus instrucciones generales. Si bien conocemos poco de la composición del resto del equipo que lo ayudaba, sabemos que había funcionarios, escribas, sirvientes, esclavos, su harén de esposas, y un Gran Consejo que era una especie de Comité de altos funcionarios que se los conocía como los once “Jefes de los secretos”.
El funcionario típico era el escriba, hombre instruido, encargado de perfilar y leer la escritura complicada y que, poco a poco, por su inteligencia y cortesanía, podría ir subiendo los escalones de la carrera administrativa. En los sitios que dominaron hubo Virreyes. El fin teórico de esta administración era asegurar, de manera lo más magnífica posible, el culto de los dioses, señores de Egipto.; satisfechos ellos a su vez, aseguraban en compensación la prosperidad y el bienestar colectivos. De ello fácilmente se deduce que la organización religiosa no se puede separar de la administración laica. Los habitantes de Egipto se limitan a realizar, aún en sus actividades privadas, las órdenes que han recibido del faraón.
Se realizan censos con declaración de los jefes de familia, registrándose incluso las ventas, donaciones y herencias. Se imponía a los habitantes un tributo, que generalmente se paga con prestaciones de toda clase para el cuidado de canales, de los diques, de los caminos, para los transportes o las construcciones útiles a los dioses o al Estado. Se extraía también un porcentaje sobre las cabezas de ganado o sobre la producción de las cosechas. Los funcionarios que realizaban estas tareas terminaban en muchos casos convirtiéndose en reyezuelos internos, despóticos que no eran controlados en sus abusos. Con el tiempo, los sacerdotes recibieron donaciones de tierras, no pagaban impuestos, sus cargos eran hereditarios y así se fueron formando noblezas locales que terminaron enfrentando a los soberanos o haciéndose la guerra entre ellos. Esto condujo al desmembramiento y la anarquía.
En cuanto a lo social, se practicaba la esclavitud, que según parece, fueron esencialmente extranjeros: prisioneros de guerra, seres humanos capturados en actos de piratería o pillaje, o personas entregadas como pago del tributo. La parte esencial de la mano de obra sometida al trabajo de las minas y las canteras estaba compuesto por esclavos.
Tipos sociales: el fellah.
Representaba la inmensa mayoría de los habitantes del país. Empleado según las ocasiones, como mano de obra para todo género de trabajos, hay que considerarlo fundamentalmente como campesino. Toda la vida de Egipto y el esplendor de su civilización descansan en el trabajo que el fellah va llevando a cabo con el ritmo de las estaciones, siguiendo la crecida, arrancando a la tierra negra sus espléndidas cosechas.
El campesino fue el siervo en el Imperio Antiguo y en la práctica continuó siéndolo, pues aunque aparece en seguida como jurídicamente libre, era la mano de obra indispensable y sin él la tierra perdía todo su valor. Estaba atado a los campos del faraón o a los templos y se vendía su trabajo con la propiedad que no podía abandonar.
Las imposiciones de tipo contributivo (impuestos) fueron siempre una grave carga. Si no lo hacía en especie (trigo, animales o familiares entregados a la esclavitud) debía hacer con prestaciones personales para el cuidado de los diques o canales. Comparado con el obrero, el artesano, el soldado o el clero, su vida era triste y penosa.
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