De Julio César a Octavio.[1]
Julio César, se va a la Galia por el 60 a.C. a buscar prestigio. Sus nueve años de campaña le dieron además un ejército leal y dinero. Julio César respondía al partido demócrata y Pompeyo y Craso respondían al Senado. Juntos formaban el Triunvirato y cada uno gobernó una provincia: Galia, España y Siria, respectivamente. Craso es asesinado en 54 a.C. y la esposa de Pompeyo (e hija de Julio César) llamada Julia, muere en la misma fecha. Con estas muertes se perdía el equilibrio, que fue aprovechado por Pompeyo que vuelve a Roma y se hace nombrar Cónsul por el Senado con poderes de dictador. Ingresa las tropas a la ciudad y restablece el orden. No había lugar para los dos en Roma. Y Pompeyo contaba con el apoyo del Senado.
Cuando César decide cruzar el Rubicón, y marchar sobre Roma, Pompeyo decide huir a Grecia. (49 a.C.). Julio César decide primero marchar sobre España y terminar con el ejército de Pompeyo. Luego César se dirige a Grecia, se dirige a Apolonia y luego debe retirarse a Tesalia. César tenía menos recursos materiales que Pompeyo, por eso se la juega todo por el todo el Farsalia. Y vence. Lo persigue, llegando a Egipto y tomando parte en una disputa entre el rey Ptolomeo XIV y su hermana, Cleopatra. Los mimos de Cleopatra y el apoyo militar lo ayudaron a continuar hacia el Asia Menor, para castigar a un hijo de Mitríades, Farnaces, que quería restablecer el reino de su padre en Oriente.
Vuelve a luchar contra Pompeyo y el Senado en Tapso y Munda (en España 47 y 45 a.C.). Allí aniquila a los últimos sobrevivientes de las fuerzas senatoriales. Sin rivales, y con un nuevo Senado, elegido por él mismo, y un ejército adiestrado y absolutamente fiel, será el nuevo Dictador. En el ámbito interno, César no juzgó necesario fortalecer su posición recurriendo al terror, como Mario y Sila. Contrariamente llamó a colaborar con él a todos los de la facción hostil que consideraba capaces. En el externo, estaba convencido que debía asegurar las fronteras, sobre todo en oriente, realizando una campaña contra los Tracios y los Partos. Dentro de sus modificaciones, construyó un ejército formado por ciudadanos romanos y también por muchos nativos de la Galia, España y hasta Asia Menor. Dentro del imperio pensaba hacer reformas radicales, que incluían quitarle poder al Senado, aprovechándose de la Asamblea Popular.
Su primera medida fue asegurarse el control supremo sobre todos los asuntos públicos y hacerlo de tal manera que no se notara. Le otorgaron el título de Dictador en forma vitalicia. Introdujo además el principio de que un hombre podía desempeñar varias funciones a la vez; y por eso fue acumulando cargos: se lo eligió Cónsul, Tribuno de la Plebe, Pontífice Máximo y miembro de todos los colegios sacerdotales patricios.
Una ley especial le transfirió a César la vigilancia de las costumbres (atribución del Censor), poder que aprovechaba para amenazar a cualquiera que se le opusiera. También tuvo derecho de nombrar los magistrados en las provincias y a recomendar a la asamblea aquellos magistrados que el pueblo debía elegir; derecho de concluir la paz o declarar la guerra, el derecho perpetuo a emitir edictos sin ser discutidos previamente por el Senado y frente a los cuales los magistrados debían jurar acatamiento al asumir. Esta desproporcionada acumulación de atribuciones (que incluyó considerarlo un dios), sumadas a la larga lista de desproporcionados títulos honoríficos, lo convirtió, de hecho, en un monarca, en un rey sin controles. El problema surgió cuando sus enemigos entendieron que César consideraba a sus poderes hereditarios. A punto de partir, había hecho el testamento por el cual adoptaba a su sobrino Cayo Octavio y le legaba su fortuna, mostrando claramente que consideraba a Octavio como su sucesor y heredero de su posición. Finalmente dentro de sus resformas, tenía planeado extender la ciudadanía romana a los habitantes de las provincias. No iban a existir diferencias, entre Roma, Italia y las provincias. Incluso el Senado debía modificarse para ser un cuerpo representativo del imperio y no solamente de Roma. Todas estas modificaciones, sumadas a que el Senado no estaba dispuesto a perder sus privilegios y cambiar, precipitaron su asesinato el 15 de marzo del 44 a.C. La reacción del pueblo y del ejército contra el Senado fue instantánea. El cargo de Cónsul fue otorgado a Marco Antonio, quien rápidamente tuvo que enfrentar a Cayo Julio César Octavio (su nuevo nombre) quien reclamaba sus derechos. El enfrentamiento fue inevitable.
Marco Antonio, que estaba en Oriente; Lépido, que estaba en España y Octavio, que estaba en Roma, acuerdan en el 43 a.C. formar un Segundo Triunvirato. Pero la paz firmada en Brindis (40 a.C.) iba a ser efímera. Octavio ataca a Pompeyo (hijo) en Sicilia y Grecia y lo persigue hasta vencerlo en el 37 a.C. Lo mismo hace por el mismo año en Africa con Lépido, para finalmente enfrentar en el año 32 a.C. a Marco Antonio en vencerlo en Accio. Cuando toma Alejandría en el año 30 a.C., Octavio quedó solo, dueño único del Imperio Romano. Comenzaba la Paz Augusta, que duraría hasta su muerte en el 14 a.C.
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