Una crisis es un período previo a los grandes cambios en que se hace evidente que las instituciones vigentes no pueden dar respuesta a los problemas de la sociedad, pero aún no han surgido las nuevas organizaciones estatales que pueden reemplazarlas.
La crisis del año 20 marcó el fin del sistema revolucionario de centralización política y el surgimiento del federalismo de hecho, mediante violentas agitaciones que sacudieron a la sociedad. Como consecuencia de la batalla de Cepeda se produjo un doble desgarramiento: el estado nacional se disolvió y las gobernaciones e intendencias se desintegraron reemplazadas por las provincias, surgidas en el núcleo de influencia de las antiguas ciudades del período hispano de las cuales tomaron sus nombres.
Las provincias se dieron gobiernos representativos de los sectores sociales locales, con preponderancia de los rurales sobre los urbanos. Pasada la primera etapa de enfrentamientos y luchas por el poder, cada provincia sancionó su estatuto o constitución estableciendo sus instituciones: gobernador, legislatura o junta de representantes, jueces y tribunales de justicia.
La forma de gobierno que contaba con el consenso de todos los sectores políticos y proclamaban los documentos provinciales fue la república federal. Este sistema, que los pueblos anteponían a la monarquía, se caracterizaba por el origen popular de la autoridad, la división de poderes, la periodicidad y responsabilidad de los gobernantes y la autonomía de las provincias tanto en lo político como en lo económico.
Para lograr este objetivo, el poder recayó en los caudillos, líderes locales de gran ascendiente sobre su comunidad que ejercieron una autoridad sin limitaciones con amplio apoyo popular.
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