viernes, 19 de agosto de 2011

La Presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear.


Presidencia de Alvear.[1]

Durante su presidencia actuó como si tuviera miedo de seguir los caminos trazados por su predecesor (Yrigoyen).
“En realidad su origen familiar [provenía de una familia oligárquica], su formación liberal, su experiencia europea, su temperamento cómodo, su horror por las tareas pesadas, lo inducían a olvidarse del mensaje que le dejaba Yrigoyen. Eso, y el círculo que lo rodeaba, ferozmente antiyirigoyenista. En su gestión gubernativa, se advierte el gran defecto personal de Alvear: la carencia de profundidad para ver las cosas. Advirtió en el gobierno de Yrigoyen solo lo formal, lo superficial: le horrorizó que su antecesor no concurriera al Congreso a leer su mensaje anual, que los ministros no contestaran oralmente las interpelaciones, que se intervinieran provincias por motivos políticos. Vio los pequeños errores, las minúsculas transgresiones, pero no alcanzó a percibir las grandes perspectivas que se habrían debajo de las rarezas y tanteos de su antecesor.
Desde un punto de vista estrictamente legal, el gobierno de Yrigoyen fue criticable. Decretó intervenciones pasando por sobre la autoridad del congreso, dispuso gastos por mero acuerdo de ministros. Pero esas intervenciones se enderezaban a restablecer la soberanía popular arrebatada por las oligarquías locales, esos gestos estaban afirmando las bases de la independencia económica (como el caso de la compra del Bahía Blanca o la iniciación del ferrocarril de Huaytiquina). Frente a la tenaz oposición de sus adversarios, frente a la miopía burocrática de los indiferentes, Yrigoyen estaba haciendo historia.
En cambio, el gobierno de Alvear, se ajustó estrictamente a las normas legales y reglamentarias. Pero no hizo nada que continuara o desarrollara las grandes líneas de la emancipación nacional. Se contentó con ser legalista, como si la erección de un estado de derecho fuera el desiderátum de su gobierno; como si no fuera necesario tocar nada de lo establecido. Como si el orden vigente en el país estuviera sustentado sobre bases de justicia y no fueran el resultado de largos años de explotación y falacia.
Pecó por omisión. Por no hacer. Aunque también hubo hechos concretos que significaban posiciones opuestas a las adoptadas por Yrigoyen. Así ocurrió, por ejemplo, con la política internacional. Alvear insistió varias veces ante el Congreso para que la Argentina retornara a la Liga de las Naciones; y en la VI conferencia Panamericana realizada en La Habana, dejó en descubierto al delegado Pueyrredón, que quería plantear una posición definida frente a la guerra aduanera y a la intromisión político militar de Estados Unidos en los países americanos. Permitió la derogación de la ley de jubilaciones de empleados y obreros de empresas particulares, avanzado instrumento de previsión que hubiera adelantado en muchos años el régimen de amparo de los trabajadores. Aunque YPF no fue molestada en su desarrollo, Alvear no hizo nada para lograr la nacionalización del petróleo, que sufrió durante su presidencia una accidentada peripecia. La ley de represión de los “trusts” quedó prácticamente anulada por no reglamentarse su aplicación. La Reforma Universitaria fue saboteada enviando el Poder Ejecutivo intervenciones antirreformistas a las Universidades de La Plata y el Litoral, y sancionándose estatutos que la retaceaban en la de Buenos Aires. Algunas obras públicas que tenían importancia dentro de una línea de liberación nacional quedaron paralizadas. Tal, el ferrocarril de Huaytiquina, la vía férrea de patagones a Nahuel Huapi, las de Puerto Madryn a Esquel y Jacobacci. Lo mismo ocurrió con la restitución al Estado de tierra fiscal indebidamente poseída por intrusos. En materia institucional Alvear rectificó las concepciones yrigoyenianas, afirmando su carácter de gobierno “de orden común” y modificando el sentido de su política en lo referente a intervenciones federales.
Fue un retroceso en esa voluntad de emancipación que encarnaba el radicalismo. Si Alvear hubiera provenido de otro partido, su gestión merecería el aplauso. Siendo, como era, radical (y de los viejos tiempos) es necesario concluir que no interpretó los antiguos anhelos populares por una Argentina transformadas sobre bases de justicia. Porque la presidencia de Alvear puede mensurarse en cifras de exportación o índices de crecimiento, pero el gobierno de Yrigoyen debe medirse por la dimensión de sus sueños”.
Sus errores dieron base política a la división del partido y así se creó un ala de “derecha” en el radicalismo.
Los sucesos de la presidencia de Alvear apenas alcanzan la categoría de crónica. Caben en memorias ministeriales, no en páginas de historia.   



[1] Luna, Félix; Alvear; pág. 71-74; Editorial Sudamericana, Barcelona, 1999.

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