viernes, 19 de agosto de 2011

Alvear visto por Felix Luna. Sus inicios y un resumen de su participación política.


Alvear: Algunas definiciones de Félix Luna sobre su vida anterior a la participación política.[1]

Estaba enamorado de una cantante lírica: Regina Pacini. Por ser actriz, ya era mal vista por la familia de Marcelo. No se trataba de un breve capricho. Ocho años duró la persecución. Ocho años por Europa siguiendo tras las huellas de su amada, cubriendo de flores su itinerario, oyendo embelesado sus arias, recibiendo de vuelta sus regalos. Ocho años liquidando su fortuna en este interminable deambular, con breves intervalos para viajar a Buenos Aires y arreglar un poco sus cosas. ¿La política? Bah, por ahora no había nada que hacer. Roca era inconmovible. La revolución que tejía Hipólito obsesivamente no estallaba nunca. ¿Sus intereses? Ya se ocuparía el tío Diego o el hermano Ángel: y si estaba muy apurado, alguna de sus maravillosas tías lo habría de remediar… Una vez casado se fue a vivir a París en 1906, hasta que el Radicalismo triunfa, con la nueva ley electora de Sáenz Peña en 1912. Lo habían incluido como diputado y esa fue su primera actuación política. Tenía 44 años.

Alvear: Algunas definiciones de Félix Luna sobre su gobierno y sus consecuencias.[2]

EI fracaso de Alvear y su gente fue más injustificable, porque la oportunidad que tuvieron fue única para forjar un gran movimiento popular de contenido emancipador.
Cuando Alvear asumió la jefatura había desaparecido prácticamente la influencia de Yrigoyen, que moriría poco después. No existía, por lo tanto, un peligro de rivalidades de líderes ni pesaba sobre el partido la tutoría del gran viejo. El radicalismo se había acostumbrado demasiado a la dirección de Yrigoyen y descansaba confiadamente sobre ella. Todo lo que Yrigoyen hacía estaba bien. Por primera vez en su historia, hacia 1931/33, la Unión Cívica Radical tenía que valerse por sí sola. Alvear pudo aprovechar esta coyuntura para formar un partido con criterio propio, con una doctrina que no durmiera en un folleto de propaganda sino viva y agresivamente presente en la masa partidaria. Un partido que superara el ciclo de los grandes jefes para pasar a un nuevo estadio político: el de la toma de conciencia de los grandes problemas nacionales por la base humana que lo formaba. No solamente no hizo nada por obtener tal progreso, sino que se deja halagar y jefaturizar, haciendo retroceder en este aspecto la evolución cívica del partido. Pero aun esto hubiera sido perdonable a cambio de haber logrado la puesta en forma de una fuerza que podía convertirse en un medio eficiente de liberación.

Pero tampoco esto hizo. En cambio, pudo haberla frustrado definitivamente, imprimiéndole un sesgo blando y claudicante. Alvear no supo resolver el problema de superar el fraude electoral, ni adoptó la posición que correspondía frente a los gobiernos creados en violación de la ley, frente a la acción corruptora de los imperialismos, y frente a la entrega del país. A su muerte, el partido de Yrigoyen estaba reducido a una empresa electoral vacía de grandes ideales, incapaz de un gran gesto de renunciamiento 0 de enfrentamientos con sentido heroico,  que se manejaba a través de mecanismos ajenos al pueblo radical.
La culpa no fue solamente suya, sino también del elenco que lo rodeó, del medio ambiente de la época y de la sutil acción de los intereses empeñados en minimizar la gravedad del momento que vivía el país. La sinceridad y el desinterés con que personalmente actuó son indiscutibles: pero esto no basta para absolver a Alvear, pues los hombres públicos no se justifican por lo que íntimamente hayan pensado, sino por los que objetivamente hayan hecho o dejado de hacer. EI fallo, pues, no tiene que ser necesariamente condenatorio. Si su muerte y la revolución del43 no hubieran ocurrido cuando ocurrieron, quizás el radicalismo habría terminado en las más extrañas aberraciones políticas. Esto no llegó a suceder porque Alvear no tiñó con su modalidad todo el radicalismo, sino una parte. Pero alcanzo a moldear un gran sector partidario con características indelebles. EI radicalismo se salvó porque estaba alimentado en profundidad por vertientes populares que  lo nutrían desde su origen y que sirvieron de anticuerpos contra el estilo que Alvear personificaba. El pueblo radical permaneció como en espera de las palabras y los signos con los que Yrigoyen había hecho de esa fuerza primitiva, instintiva, desbordada, un factor decisivo de realizaciones populares. Debieron pasar varios años antes que las tendencias internas del propio radicalismo entroncadas en la línea yrigoyeneana lograran reenquiciar la entidad formal partidaria en su gran trayectoria histórica.



[1] Luna, Félix; Alvear; Pág. 39; Editorial Sudamericana, Barcelona, 1999.
[2] Luna, Félix; Alvear; Pág. 358-363; Editorial Sudamericana, Barcelona, 1999.

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