domingo, 28 de agosto de 2011

El primer golpe militar en la Argentina.


El segundo gobierno de Yrigoyen y el golpe del 6 de setiembre de 1930.

Así como la corrección electoral y la neutralidad internacional fue el tema del radicalismo en la primera presidencia, la “batalla del petróleo” lo sería en la segunda. Si en 1916 había ganado por 370.000 votos contra 340.000, en 1928 lo había hecho por 800.000 contra 400.000. Claras diferencias. El pueblo estaba con él.

“Estamos en la alternativa de elegir entre el monopolio de la Estándar  o la Anglo-Persian y el monopolio del Estado, que es monopolio del pueblo argentino, ya que quien monopoliza es el Estado republicano democrático que nosotros estamos realizando en la hora presente”. Diego Luis Molinari.

“Por razones de soberanía que podrían correr riesgo en el futuro, debemos tener la serenidad y la firmeza de alejar este peligro (el intervencionismo extranjero), respetando a los extranjeros el derecho que las leyes les acuerden, pero trazando una raya a los errores o a las imprevisiones del pasado” Jorge Raúl Rodríguez.

“El dólar imperialista se viene con su ley: la del más fuerte; sus ingenieros y sus cateadores ocultan siempre la tropa de desembarco”. Raúl Oyhanarte.

El bloque conservador, los radicales antipersonalistas y la mayoría del bloque socialista, defendieron las empresas privadas y el capital extranjero. El proyecto de nacionalización quedó encarpetado en el Congreso y nunca más se volvió a tocar. Incluso un acuerdo con la Yuyamtorg (petrolera de la Unión Soviética) para importar petróleo más barato que a EEUU y a Inglaterra, a cambio de toros de raza y de taninos, quedó en el escritorio de Yrigoyen el día que fue derrocado, para que siguiéramos comerciando con nuestros antiguos “amos” británicos.

“No creo incurrir en parcialidad si digo que correspondió a nuestro pequeño grupo el honor de haber despertado la conciencia del país haciendo perceptible a las masas, por una campaña de energía sin igual, el ultraje que representaba para la nación continuar con ese abominable desgobierno en ese desquicio administrativo absoluto, en la abyección de un régimen de caudillismo inferior e inculto…” Federico Pinedo

Desde enero de 1930 los Grales. José Félix Uriburu y Agustín P. Justo se reunían para preparar el golpe. No estaban de acuerdo en los fines de la revolución. Uriburu considera que el ejército debe sacarlo a Yrigoyen reemplazándolo por un gobierno o directorio militar hasta que se resolviese la forma definitiva. Justo opinaba que debía coordinarse la acción con los partidos opositores, para luego de derrocarlo llamar a elecciones. Uriburu no cree en los partidos políticos ni en el sistema constitucional.

Los radicales también van a apoyar el golpe pensando que el caudillo está viejo. Y además aspiraban a que al renunciar el Presidente, iba a quedar el Vicepresidente, por lo que el radicalismo iba a seguir en el poder. Se equivocaron, comenzando por el mismo Vice (Elpidio Martínez) quien al encontrarse frente a Uriburu y ver que éste le exigía la renuncia expresó: ¡Me han traicionado!

viernes, 19 de agosto de 2011

Alvear visto por Felix Luna. Sus inicios y un resumen de su participación política.


Alvear: Algunas definiciones de Félix Luna sobre su vida anterior a la participación política.[1]

Estaba enamorado de una cantante lírica: Regina Pacini. Por ser actriz, ya era mal vista por la familia de Marcelo. No se trataba de un breve capricho. Ocho años duró la persecución. Ocho años por Europa siguiendo tras las huellas de su amada, cubriendo de flores su itinerario, oyendo embelesado sus arias, recibiendo de vuelta sus regalos. Ocho años liquidando su fortuna en este interminable deambular, con breves intervalos para viajar a Buenos Aires y arreglar un poco sus cosas. ¿La política? Bah, por ahora no había nada que hacer. Roca era inconmovible. La revolución que tejía Hipólito obsesivamente no estallaba nunca. ¿Sus intereses? Ya se ocuparía el tío Diego o el hermano Ángel: y si estaba muy apurado, alguna de sus maravillosas tías lo habría de remediar… Una vez casado se fue a vivir a París en 1906, hasta que el Radicalismo triunfa, con la nueva ley electora de Sáenz Peña en 1912. Lo habían incluido como diputado y esa fue su primera actuación política. Tenía 44 años.

Alvear: Algunas definiciones de Félix Luna sobre su gobierno y sus consecuencias.[2]

EI fracaso de Alvear y su gente fue más injustificable, porque la oportunidad que tuvieron fue única para forjar un gran movimiento popular de contenido emancipador.
Cuando Alvear asumió la jefatura había desaparecido prácticamente la influencia de Yrigoyen, que moriría poco después. No existía, por lo tanto, un peligro de rivalidades de líderes ni pesaba sobre el partido la tutoría del gran viejo. El radicalismo se había acostumbrado demasiado a la dirección de Yrigoyen y descansaba confiadamente sobre ella. Todo lo que Yrigoyen hacía estaba bien. Por primera vez en su historia, hacia 1931/33, la Unión Cívica Radical tenía que valerse por sí sola. Alvear pudo aprovechar esta coyuntura para formar un partido con criterio propio, con una doctrina que no durmiera en un folleto de propaganda sino viva y agresivamente presente en la masa partidaria. Un partido que superara el ciclo de los grandes jefes para pasar a un nuevo estadio político: el de la toma de conciencia de los grandes problemas nacionales por la base humana que lo formaba. No solamente no hizo nada por obtener tal progreso, sino que se deja halagar y jefaturizar, haciendo retroceder en este aspecto la evolución cívica del partido. Pero aun esto hubiera sido perdonable a cambio de haber logrado la puesta en forma de una fuerza que podía convertirse en un medio eficiente de liberación.

Pero tampoco esto hizo. En cambio, pudo haberla frustrado definitivamente, imprimiéndole un sesgo blando y claudicante. Alvear no supo resolver el problema de superar el fraude electoral, ni adoptó la posición que correspondía frente a los gobiernos creados en violación de la ley, frente a la acción corruptora de los imperialismos, y frente a la entrega del país. A su muerte, el partido de Yrigoyen estaba reducido a una empresa electoral vacía de grandes ideales, incapaz de un gran gesto de renunciamiento 0 de enfrentamientos con sentido heroico,  que se manejaba a través de mecanismos ajenos al pueblo radical.
La culpa no fue solamente suya, sino también del elenco que lo rodeó, del medio ambiente de la época y de la sutil acción de los intereses empeñados en minimizar la gravedad del momento que vivía el país. La sinceridad y el desinterés con que personalmente actuó son indiscutibles: pero esto no basta para absolver a Alvear, pues los hombres públicos no se justifican por lo que íntimamente hayan pensado, sino por los que objetivamente hayan hecho o dejado de hacer. EI fallo, pues, no tiene que ser necesariamente condenatorio. Si su muerte y la revolución del43 no hubieran ocurrido cuando ocurrieron, quizás el radicalismo habría terminado en las más extrañas aberraciones políticas. Esto no llegó a suceder porque Alvear no tiñó con su modalidad todo el radicalismo, sino una parte. Pero alcanzo a moldear un gran sector partidario con características indelebles. EI radicalismo se salvó porque estaba alimentado en profundidad por vertientes populares que  lo nutrían desde su origen y que sirvieron de anticuerpos contra el estilo que Alvear personificaba. El pueblo radical permaneció como en espera de las palabras y los signos con los que Yrigoyen había hecho de esa fuerza primitiva, instintiva, desbordada, un factor decisivo de realizaciones populares. Debieron pasar varios años antes que las tendencias internas del propio radicalismo entroncadas en la línea yrigoyeneana lograran reenquiciar la entidad formal partidaria en su gran trayectoria histórica.



[1] Luna, Félix; Alvear; Pág. 39; Editorial Sudamericana, Barcelona, 1999.
[2] Luna, Félix; Alvear; Pág. 358-363; Editorial Sudamericana, Barcelona, 1999.

La Presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear.


Presidencia de Alvear.[1]

Durante su presidencia actuó como si tuviera miedo de seguir los caminos trazados por su predecesor (Yrigoyen).
“En realidad su origen familiar [provenía de una familia oligárquica], su formación liberal, su experiencia europea, su temperamento cómodo, su horror por las tareas pesadas, lo inducían a olvidarse del mensaje que le dejaba Yrigoyen. Eso, y el círculo que lo rodeaba, ferozmente antiyirigoyenista. En su gestión gubernativa, se advierte el gran defecto personal de Alvear: la carencia de profundidad para ver las cosas. Advirtió en el gobierno de Yrigoyen solo lo formal, lo superficial: le horrorizó que su antecesor no concurriera al Congreso a leer su mensaje anual, que los ministros no contestaran oralmente las interpelaciones, que se intervinieran provincias por motivos políticos. Vio los pequeños errores, las minúsculas transgresiones, pero no alcanzó a percibir las grandes perspectivas que se habrían debajo de las rarezas y tanteos de su antecesor.
Desde un punto de vista estrictamente legal, el gobierno de Yrigoyen fue criticable. Decretó intervenciones pasando por sobre la autoridad del congreso, dispuso gastos por mero acuerdo de ministros. Pero esas intervenciones se enderezaban a restablecer la soberanía popular arrebatada por las oligarquías locales, esos gestos estaban afirmando las bases de la independencia económica (como el caso de la compra del Bahía Blanca o la iniciación del ferrocarril de Huaytiquina). Frente a la tenaz oposición de sus adversarios, frente a la miopía burocrática de los indiferentes, Yrigoyen estaba haciendo historia.
En cambio, el gobierno de Alvear, se ajustó estrictamente a las normas legales y reglamentarias. Pero no hizo nada que continuara o desarrollara las grandes líneas de la emancipación nacional. Se contentó con ser legalista, como si la erección de un estado de derecho fuera el desiderátum de su gobierno; como si no fuera necesario tocar nada de lo establecido. Como si el orden vigente en el país estuviera sustentado sobre bases de justicia y no fueran el resultado de largos años de explotación y falacia.
Pecó por omisión. Por no hacer. Aunque también hubo hechos concretos que significaban posiciones opuestas a las adoptadas por Yrigoyen. Así ocurrió, por ejemplo, con la política internacional. Alvear insistió varias veces ante el Congreso para que la Argentina retornara a la Liga de las Naciones; y en la VI conferencia Panamericana realizada en La Habana, dejó en descubierto al delegado Pueyrredón, que quería plantear una posición definida frente a la guerra aduanera y a la intromisión político militar de Estados Unidos en los países americanos. Permitió la derogación de la ley de jubilaciones de empleados y obreros de empresas particulares, avanzado instrumento de previsión que hubiera adelantado en muchos años el régimen de amparo de los trabajadores. Aunque YPF no fue molestada en su desarrollo, Alvear no hizo nada para lograr la nacionalización del petróleo, que sufrió durante su presidencia una accidentada peripecia. La ley de represión de los “trusts” quedó prácticamente anulada por no reglamentarse su aplicación. La Reforma Universitaria fue saboteada enviando el Poder Ejecutivo intervenciones antirreformistas a las Universidades de La Plata y el Litoral, y sancionándose estatutos que la retaceaban en la de Buenos Aires. Algunas obras públicas que tenían importancia dentro de una línea de liberación nacional quedaron paralizadas. Tal, el ferrocarril de Huaytiquina, la vía férrea de patagones a Nahuel Huapi, las de Puerto Madryn a Esquel y Jacobacci. Lo mismo ocurrió con la restitución al Estado de tierra fiscal indebidamente poseída por intrusos. En materia institucional Alvear rectificó las concepciones yrigoyenianas, afirmando su carácter de gobierno “de orden común” y modificando el sentido de su política en lo referente a intervenciones federales.
Fue un retroceso en esa voluntad de emancipación que encarnaba el radicalismo. Si Alvear hubiera provenido de otro partido, su gestión merecería el aplauso. Siendo, como era, radical (y de los viejos tiempos) es necesario concluir que no interpretó los antiguos anhelos populares por una Argentina transformadas sobre bases de justicia. Porque la presidencia de Alvear puede mensurarse en cifras de exportación o índices de crecimiento, pero el gobierno de Yrigoyen debe medirse por la dimensión de sus sueños”.
Sus errores dieron base política a la división del partido y así se creó un ala de “derecha” en el radicalismo.
Los sucesos de la presidencia de Alvear apenas alcanzan la categoría de crónica. Caben en memorias ministeriales, no en páginas de historia.   



[1] Luna, Félix; Alvear; pág. 71-74; Editorial Sudamericana, Barcelona, 1999.

viernes, 24 de junio de 2011

La crisis del 20 y las autonomías provinciales.

Una crisis es un período previo a los grandes cambios en que se hace evidente que las instituciones vigentes no pueden dar respuesta a los problemas de la sociedad, pero aún no han surgido las nuevas organizaciones estatales que pueden reemplazarlas.
La crisis del año 20 marcó el fin del sistema revolucionario de centralización política y el surgimiento del federalismo de hecho, mediante violentas agitaciones que sacudieron a la sociedad. Como consecuencia de la batalla de Cepeda se produjo un doble desgarramiento: el estado nacional se disolvió y las gobernaciones e intendencias se desintegraron reemplazadas por las provincias, surgidas en el núcleo de influencia de las antiguas ciudades del período hispano de las cuales tomaron sus nombres.
Las provincias se dieron gobiernos representativos de los sectores sociales locales, con preponderancia de los rurales sobre los urbanos. Pasada la primera etapa de enfrentamientos y luchas por el poder, cada provincia sancionó su estatuto o constitución estableciendo sus instituciones: gobernador, legislatura o junta de representantes, jueces y tribunales de justicia.
La forma de gobierno que contaba con el consenso de todos los sectores políticos y proclamaban los documentos provinciales fue la república federal. Este sistema, que los pueblos anteponían a la monarquía, se caracterizaba por el origen popular de la autoridad, la división de poderes, la periodicidad y responsabilidad de los gobernantes y la autonomía de las provincias tanto en lo político como en lo económico.
Para lograr este objetivo, el poder recayó en los caudillos, líderes locales de gran ascendiente sobre su comunidad que ejercieron una autoridad sin limitaciones con amplio apoyo popular.

jueves, 16 de junio de 2011

2 B Senillosa. Para hacer el TP

De Julio César a Octavio.[1]
Julio César, se va a la Galia por el 60 a.C. a buscar prestigio. Sus nueve años de campaña le dieron además un ejército leal y dinero. Julio César respondía al partido demócrata y Pompeyo  y Craso respondían al Senado. Juntos formaban el Triunvirato y cada uno gobernó una provincia: Galia, España y Siria, respectivamente. Craso es asesinado en 54 a.C. y la esposa de Pompeyo (e hija de Julio César) llamada Julia, muere en la misma fecha.  Con estas muertes se perdía el equilibrio, que fue aprovechado por Pompeyo que vuelve a Roma y se hace nombrar Cónsul por el Senado con poderes de dictador. Ingresa las tropas a la ciudad y restablece el orden. No había lugar para los dos en Roma. Y Pompeyo contaba con el apoyo del Senado.
Cuando César decide cruzar el Rubicón, y marchar sobre Roma, Pompeyo decide huir a Grecia. (49 a.C.).  Julio César decide primero marchar sobre España y terminar con el ejército de Pompeyo. Luego César se dirige a Grecia, se dirige a Apolonia y luego debe retirarse a Tesalia. César tenía menos recursos materiales que Pompeyo, por eso se la juega todo por el todo el Farsalia. Y vence. Lo persigue, llegando a Egipto y tomando parte en una disputa entre el rey Ptolomeo XIV y su hermana, Cleopatra. Los mimos de Cleopatra y el apoyo militar lo ayudaron a continuar hacia el Asia Menor, para castigar a un hijo de Mitríades, Farnaces, que quería restablecer el reino de su padre en Oriente.
Vuelve a luchar contra Pompeyo y el Senado en Tapso y Munda (en España 47 y 45 a.C.). Allí aniquila a los últimos sobrevivientes de las fuerzas senatoriales. Sin rivales, y con un nuevo Senado, elegido por él mismo, y un ejército adiestrado y absolutamente fiel, será el nuevo Dictador. En el ámbito interno, César no juzgó necesario fortalecer su posición recurriendo al terror, como Mario y Sila. Contrariamente llamó a colaborar con él a todos los de la facción hostil que consideraba capaces. En el externo, estaba convencido que debía asegurar las fronteras, sobre todo en oriente, realizando una campaña contra los Tracios y los Partos. Dentro de sus modificaciones, construyó un ejército formado por ciudadanos romanos y también por muchos nativos de la Galia, España y hasta Asia Menor. Dentro del imperio pensaba hacer reformas radicales, que incluían quitarle poder al Senado, aprovechándose de la Asamblea Popular.
Su primera medida fue asegurarse el control supremo sobre todos los asuntos públicos y hacerlo de tal manera que no se notara. Le otorgaron el título de Dictador en forma vitalicia. Introdujo además el principio de que un hombre podía desempeñar varias funciones a la vez; y por eso fue acumulando cargos: se lo eligió Cónsul, Tribuno de la Plebe, Pontífice Máximo y miembro de todos los colegios sacerdotales patricios.
Una ley especial le transfirió a César la vigilancia de las costumbres (atribución del Censor), poder que aprovechaba para amenazar a cualquiera que se le opusiera. También tuvo derecho de nombrar los magistrados en las provincias y a recomendar a la asamblea aquellos magistrados que el pueblo debía elegir; derecho de concluir la paz o declarar la guerra, el derecho perpetuo a emitir edictos sin ser discutidos previamente por el Senado y frente a los cuales los magistrados debían jurar acatamiento al asumir. Esta desproporcionada acumulación de atribuciones (que incluyó considerarlo un dios), sumadas a la larga lista de desproporcionados títulos honoríficos, lo convirtió, de hecho, en un monarca, en un rey sin controles. El problema surgió cuando sus enemigos entendieron que César consideraba a sus poderes hereditarios. A punto de partir, había hecho el testamento por el cual adoptaba a su sobrino Cayo Octavio y le legaba su fortuna, mostrando claramente que consideraba a Octavio como su sucesor y heredero de su posición.  Finalmente dentro de sus resformas, tenía planeado extender la ciudadanía romana a los habitantes de las provincias.  No iban a existir diferencias, entre Roma, Italia y las provincias. Incluso el Senado debía modificarse para ser un cuerpo representativo del imperio y no solamente de Roma. Todas estas modificaciones, sumadas a que el Senado no estaba dispuesto a perder sus privilegios y cambiar, precipitaron su asesinato el 15 de marzo del 44 a.C. La reacción del pueblo y del ejército contra el Senado fue instantánea. El cargo de Cónsul fue otorgado a Marco Antonio, quien rápidamente tuvo que enfrentar a Cayo Julio César Octavio (su  nuevo nombre) quien reclamaba sus derechos. El enfrentamiento fue inevitable.
Marco Antonio, que estaba en Oriente; Lépido, que estaba en España y Octavio, que estaba en Roma, acuerdan en el 43 a.C. formar un Segundo Triunvirato. Pero la paz firmada en Brindis (40 a.C.) iba a ser efímera. Octavio ataca a Pompeyo (hijo) en Sicilia y Grecia y lo persigue hasta vencerlo en el 37 a.C. Lo mismo hace por el mismo año en Africa con Lépido, para finalmente enfrentar en el año 32 a.C. a Marco Antonio en vencerlo en Accio. Cuando toma Alejandría en el año 30 a.C., Octavio quedó solo, dueño único del Imperio Romano. Comenzaba la Paz Augusta, que duraría hasta su muerte en el 14 a.C.








[1] Rostovtzeff, M.; ROMA, de los orígenes a la última crisis; pág. 111-129; EUDEBA, Bs. As., 1984

miércoles, 15 de junio de 2011

Características del Primer gobierno de Yrigoyen

“Mi pensamiento no fue jamás gobernar al país sino la concepción de un plan reparatorio fundamental al que debí inmolar el desempeño de todos los poderes oficiales”. “No he venido a castigar ni a perseguir, sino a reparar…soy el mandatario supremo de la Nación para cumplir las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo argentino”.
¿En que consistía “la reparación”? En intervenir las provincias y ponerlas en condiciones electorales, es decir, llamar a comicios limpios, devolviendo a los pueblos sus justas y legítimas aspiraciones. En síntesis devolviéndole la soberanía.
Pero no era una intervención partidista que viniera a sacar a los conservadores y reemplazarlos por radicales, a lo menos en sus propósitos iniciales. Por regla, el interventor sería un magistrado o un ex magistrado de irreprochable conducta, o, a veces, un opositor de conocida probidad. Su sola misión era presidir comicios correctos, de “guante blanco”, que en el pensamiento de Yrigoyen darían el triunfo a los radicales. Si ocurría lo contrario y los opositores demostraban ser los más, a ellos debería entregárseles el gobierno.

Las intervenciones reparadoras se mandaban durante el receso legislativo, aunque faltaran días para iniciarse las sesiones ordinarias o éstas hubiesen terminado poco antes. Este procedimiento tan contrario a la división de poderes se debía a que el radicalismo era minoría tanto en la Cámara de Diputados, como por supuesto en el Senado. La primera intervención reparadora fue a Buenos Aires. Hubo incomprensión a Yrigoyen incluso dentro de los radicales. La libertad electora era tomada por los “doctores” radicales como finalidad exclusiva de la política y no como medio para conseguir gobiernos populares y por lo tanto nacionales; la honradez administrativa y la impersonalidad que Alem había enunciado contra Mitre, se esgrimieron como filosofía liberal contra el caudillo, fuese Alem o Yrigoyen; y el sentimiento nacional fue entendido como la “nación” con prescindencia del pueblo y sin comprender las ataduras imperialistas. Los intelectuales radicales asumieron desde un primer momento una posición adversa al personalismo. Ellos eran: Vicente Gallo, Leopoldo y Carlos Melo, Carlos Alfredo Becú, Joaquín Castellanos, Francisco Barroetaveña. Se sumaban a ellos los centro y círculos de la alta y media sociedad, los intelectuales de izquierda o derecha, los claustros universitarios. La crítica fue mordaz y virulenta. Como no se lo podía comprender se lo odiaba; un odio impotente porque Yrigoyen no parecía molestarse por las críticas y nunca tomó una represalia ni permitió que otros lo hicieran.

Tenía también oposición parlamentaria. No podía contar con apoyo, y menos con la comprensión en el congreso. En 1916 había solo 45 diputados radicales contra 70 opositores; 26 senadores de la oposición y apenas cuatro radicales. Los socialistas no dejarían de oponerse tampoco.

Política internacional.
Yrigoyen, contra todo su partido; mantuvo una postura neutral durante la primera guerra mundial. La clase dirigente del radicalismo (los azules) eran aliadófilos (estaban a favor de los franceses e ingleses). Tanto Estados Unidos, como la prensa presionaron para que Argentina rompiera relaciones y declara la guerra a Alemania. En dos ocasiones Alemania debió solicitar disculpas e indemnizar a nuestro país, luego de haber hundido dos buques mercantes. Vale aclarar que el bloqueo submarino alemán fue desconocido por Argentina y que Alemania nunca pidió perdón a Estados Unidos y sí a nosotros. Además la posición neutral, tan criticada por la “opinión culta” no perjudicó a la Argentina luego de terminada la contienda. Por el contrario, la Argentina no solamente fue respetada por los vencedores, sino buscada porque su gran producción cubría las necesidades emergentes del conflicto.
Finalmente, cuando en 1919 Wilson (Presidente de los EEUU) creó la Sociedad de la Naciones, Yrigoyen ordenó oponerse al distingo entre beligerantes y neutrales, incomprensible con una liga permanente. Debía además exigirse la admisión de todos los estados, sean estos vencedores, perdedores o neutrales. Como esta posición no fue aceptada, Yrigoyen ordenó retirarse de la Liga.

Características personales.
Yrigoyen era pausado en sus resoluciones, porque las meditaba mucho. No habría mediado mayor inconveniente si no hubiera sido excesivamente personalista. Toda medida de gobierno debía consultársele, hasta las minucias administrativas, como el nombramiento de directores de bancos o decisiones ministeriales. Los ministros y altos funcionarios debían pasar por la “amansadora” que era la antesala de espera del despacho presidencial. Había mucha gente esperando durante horas un encuentro con Yrigoyen.

Reforma Universitaria.
Desde comienzos de siglo, los grupos de profesionales de los sectores medios urbanos se enfrentaban con los miembros de la elite en relación con el acceso de las universidades. Desde este punto de vista el apoyo del gobierno radical a la reforma universitaria de 1918 puede comprenderse, también, como otro aspecto de la política de reformas a favor de los sectores medios urbanos.
En Junio de 1918, los estudiantes de la Universidad de Córdoba organizaron una sucesión de huelgas que se extendieron por varias facultades; en alguna de ellas alcanzaron un alto nivel de violencia. Sus objetivos eran modificar los planes de estudio y poner fin a la influencia eclesiástica en la educación universitaria. Los estudiantes reformistas afirmaban que el sistema educativo vigente hasta ese entonces era antiguo y mediocre y que no permitía la libertad de pensamiento. Para modificar esta situación , el movimiento demandó el establecimiento del principio de autonomía universitaria: el derecho a que cada universidad se diera su propio gobierno, el que debía contemplar la participación de estudiantes, profesores, y graduados de las diferentes casas de estudio. Junto a estos reclamos de democratización, también expresaba que las universidades debían ser ámbitos educativos en los que se respetara la libertad de opinión, la libertad ideológica y la gratuidad de la enseñanza. El movimiento reformista reclamó la supresión de las cátedras vitalicias, a cargo de profesores designados por el rector, y su reemplazo por profesores nombrados luego de la realización de concursos periódicos.
El gobierno aceptó las demandas más concretas de los estudiantes; y después de negociaciones entre los funcionarios universitarios y los dirigentes del movimiento estudiantil, se simplificaron los criterios de ingreso y se modificaron los contenidos de los planes de estudio. La acción más importante fue la creación de nuevas universidades que ampliaron las posibilidades de los sectores medios de acceder a la educación universitaria (Ej. La Universidad del Litoral).